¡Cuantas veces me besan tus palabras!
-frescas aguas que bautizan mi lecho-
duele tanto a veces ser poeta
y sin embargo adoro,
tu silencio aullante.
Afrodita
***
Vociferaron sus letras en mi mente.
Calló mi pluma, su locuaz monólogo.
Se hizo éter, del querubín el canto,
cerré mis ojos, para aspirar su aroma.
La vi en su lecho acunar mi voz.
Bese sus labios, creí ver a mi Dios.
Tomé su aliento, para frotar mi cuerpo,
y fui poeta, para sentir dolor.
Habita en ella, la paz y la belleza.
Es manantial, de cristalino amor.
Con su sonrisa enceguece corazones,
y con su trino, los llena de ilusiones.
No es poeta, ¡les aseguro, yo!.
No escribe versos; solo da su corazón.
Hermosa musa de toda inspiración,
hace a las venas, el lecho de mis letras.
¡Se advierten ya, silentes las palabras!
Hacen del tálamo remanso en el arroyo.
Agita entonces la pluma con la sangre,
vierte sus letras... anega los papiros...
-y desde el piélago- en ecos asonantes,
aullantes rebotan... ¡y se quedan...
los silencios!.
